REVISTAISLA
En el curso de estos últimos años hemos experimentado una relación intensa y ambivalente con nuestros cuerpos. Partiendo por su encendida movilización y reunión en calles y plazas para hacer aparecer el deseo de una transformación radical del país, hasta la aparición de un virus que los tornó débiles y enfermos, confinándolos al espacio doméstico y a la comunicación virtual. Esta oscilación de un escenario a otro, tan drástica como rápida, nos ha hecho ver aquello que sin embargo no cambia: la violencia que separa las vidas “que importan” de otras que serían descartables y que sufren una vulneración sistémica de su derecho a aparecer y existir. Cualquiera sea el escenario, en todo caso, siempre emerge el cuerpo como primera línea de resistencia. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que esta resistencia connota una actitud meramente pasiva, por el contrario, la resistencia de la que hablamos aquí pone de manifiesto lo que puede un cuerpo, lo que los cuerpos pueden. ¿Qué es lo que los cuerpos pueden? Estando juntos, e impulsados por una fuerza que proviene de su pluralidad y determinación, estos alcanzan una potencia transformadora de magnitudes impensadas. Nada, en efecto, puede anticipar lo que los cuerpos pueden: bastó que jóvenes estudiantes secundarios decidieran movilizarse y actuar colectivamente en contra del alza de la tarifa del metro de Santiago, saltando los torniquetes y clamando la consigna «no son treinta pesos, son treinta años», para que se desatara una revuelta popular que cambió Chile para siempre. Tal es el poder de los cuerpos en resistencia.